Si en el año 2015 alguien hubiera augurado la situación actual del PRI,
seguramente nos habríamos reído por incredulidad.
Ese año fueron las elecciones intermedias del sexenio de Enrique Peña Nieto y los
resultados de aquellos comicios revelaban que el Revolucionario Institucional
mantenía una firme hegemonía: obtuvo 11 millones 638 mil 675 votos, que le
valieron un porcentaje de 30.69 por ciento del total y se reflejaron en 203 escaños
en la Cámara de Diputados, con lo que mantenía su mayoría simple.
El PAN, el PRD y Morena –que acudía a su primera elección- se veían muy lejos
del tricolor, que en estados como el de Veracruz –en ese momento gobernado por
Javier Duarte de Ochoa- prácticamente arrasó a sus oponentes.
Era pues impensable el cataclismo que comenzaría al año siguiente y que se
consumaría en 2018 con la pérdida de la Presidencia de la República, en donde
los priistas estimaban que se quedarían por los menos durante los 25 años
siguientes.
No solo no lo lograron. El PRI vive en la actualidad la peor crisis de su historia. Y
no únicamente en términos de credibilidad, aceptación y votación. Se está
desgajando por dentro.
La renuncia del ex rector de la UNAM José Narro Robles a su aspiración por dirigir
al Revolucionario Institucional y a su misma militancia de más de cuatro décadas
es sintomática. No porque signifique que tras él se vayan a ir en masa todos los
priistas, sino por lo que acusó en su mensaje público.
“Son groseros los indicios de intervención del gobierno federal en la misma
dirección (la de favorecer a uno de los aspirantes a dirigente nacional del PRI).
Quien hasta hace unos meses declaraba duramente en contra del candidato
oficial, lo anima y lo arropa”, señaló Narro, al denunciar una presunta injerencia del
lopezobradorismo en el proceso interno priista para favorecer al gobernador con
licencia de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas.
Casi de inmediato, también anunció su renuncia a su militancia priista la directora
de la revista Siempre!, Beatriz Pagés, quien a través de Twitter sentenció que “es
inaceptable que se haya decidido entregar el partido a @lopezobrador_”. A lo que
se sumó la también aspirante a dirigente nacional priista, Ivonne Ortega, al
asegurar que Moreno Cárdenas es el candidato “en lo oscurito” de Andrés Manuel
López Obrador… y de Enrique Peña Nieto.
Apenas en febrero pasado, durante una gira por Campeche, López Obrador salió
en defensa del mandatario campechano que recibía su dosis de abucheos de
parte de las huestes lopezobradoristas: “miren, me está apoyando, me está
apoyando el gobernador de Campeche Alejandro Moreno. Y de una vez les digo,
ya que pronuncié estas palabras. Ya no hay que estarnos peleando, hay que
darnos la mano. ¿Qué se hace en los templos? ¿En la iglesia no se dice vamos a
darnos la paz? Pues eso es lo que se hace ahora. La unidad, la reconciliación;
ahora, si somos muy pleitistas y queremos pelearnos, ¡vamos a pelearnos contra
la corrupción! Pero no pelearnos nosotros. Somos hermanos y así nos tenemos
que ver”, expresó entonces el presidente de México.
Mientras los priistas viven lo que podría ser la fase terminal del PRI, Enrique Peña
Nieto exhibe en las redes sociales su nuevo amorío y hasta se permite bailar unas
cumbias, sin que nada parezca preocuparle: no hay ninguna investigación del
gobierno mexicano abierta en su contra. Por lo menos, no hasta ahora.
Y todo indica que parte del precio de su impunidad es que el otrora omnipotente
partidazo tricolor se reduzca al triste papel de comparsa, de partido satélite del
nuevo grupo político hegemónico, como en su momento lo fueron el PARM y el
PVEM –al que hay que reconocerle que tomó primero la iniciativa de arrodillarse
ante el lopezobradorismo- del propio PRI.
“Milagros” de la “cuarta transformación”.
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