El 28 de agosto de 1973, en la madrugada, un devastador terremoto de 7.3 grados de magnitud sacudió la región centro-sur de México, afectando gravemente a los estados de Veracruz, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, Morelos y Guerrero. Este sismo, conocido como el Gran Terremoto de Orizaba, tuvo su epicentro en la zona de Orizaba, Veracruz, y es recordado como uno de los sismos profundos más importantes en la historia de México. Aunque menos mencionado que otros desastres naturales, este evento trágico dejó una marca indeleble en las comunidades afectadas, con un saldo estimado de entre mil 200 y 3 mil muertos, y destrucción masiva en varias ciudades.
Contexto político, financiero y social de México en 1973
En 1973, México se encontraba bajo la presidencia de Luis Echeverría Álvarez, un líder que había llegado al poder en 1970 tras los turbulentos años que siguieron a la represión del movimiento estudiantil de 1968. Echeverría buscaba implementar políticas de desarrollo social y económica bajo una plataforma de apertura democrática, aunque su mandato también estuvo marcado por tensiones sociales y políticas significativas.
En términos financieros, el país comenzaba a sentir los efectos de la crisis del petróleo en el Medio Oriente, lo que presionó la economía mexicana y obligó al gobierno a incrementar el gasto público para mantener el crecimiento. Este incremento en el gasto llevó a un aumento en la deuda externa y a una inflación creciente, lo que complicó aún más la gestión de las crisis internas.
Socialmente, México estaba atravesando una etapa de efervescencia política, con movimientos estudiantiles, campesinos y guerrilleros desafiando al Estado. La llamada «guerra sucia», caracterizada por la represión gubernamental contra grupos opositores, añadió un nivel de tensión adicional al ambiente político de la época.
Detalles del terremoto de 1973
El terremoto de Orizaba se produjo el 28 de agosto de 1973 a las 03:45 de la madrugada, durando casi dos minutos. Su epicentro fue en la zona central de Veracruz, y la violencia del temblor fue devastadora, destruyendo parte de la ciudad de Orizaba y causando daños graves en otras ciudades como Serdán (Puebla), Córdoba, Nogales y la capital del estado de Veracruz. Las construcciones antiguas, principalmente de adobe y otros materiales poco resistentes, colapsaron, atrapando a cientos de personas que dormían al momento del sismo.
Las cifras oficiales de víctimas fatales varían, pero se estima que murieron alrededor de 1,200 a 3,000 personas, con Orizaba sufriendo la mayor cantidad de fallecimientos, aproximadamente 539. La destrucción material fue significativa, dejando a miles de personas sin hogar y provocando una crisis humanitaria en las zonas más afectadas.
Respuesta gubernamental y consecuencias
El gobierno mexicano, bajo la dirección de Luis Echeverría, respondió rápidamente al desastre, aunque las limitaciones estructurales y financieras del país impidieron una respuesta más eficaz. La Secretaría de Gobernación, encabezada por Mario Moya Palencia, y la Secretaría de la Defensa Nacional, a cargo del General Hermenegildo Cuenca Díaz, coordinaron los esfuerzos de rescate y ayuda humanitaria. Sin embargo, la falta de una red de protección civil bien establecida significó que muchas comunidades rurales permanecieron aisladas y sin asistencia durante varios días.
La reconstrucción fue lenta y desigual, con un enfoque inicial en las ciudades más grandes, lo que dejó a las comunidades rurales luchando por recuperarse con menos apoyo. Este sismo, aunque devastador, no recibió la misma atención que otros terremotos más recientes, en parte debido a las tensiones políticas y la situación social de la época.
El legado de un sismo casi olvidado
Cincuenta y un años después del Gran Terremoto de Orizaba, es crucial recordar las lecciones que dejó esta tragedia. A pesar de que ha sido eclipsado por otros eventos en la historia de México, el sismo de 1973 subrayó la necesidad de una mejor preparación ante desastres naturales y la importancia de una infraestructura más resistente. Este evento también mostró las limitaciones del gobierno mexicano de la época para manejar crisis de gran escala, algo que ha mejorado con el tiempo pero que sigue siendo un desafío en la actualidad.
El sismo no solo dejó daños materiales y pérdidas humanas; también alteró la fisonomía de la ciudad. Muchas casonas tradicionales fueron demolidas, y en su lugar surgieron construcciones dispares que transformaron el paisaje urbano. Como señaló Juan Pablo Villegas, entonces director del Instituto Regional de Bellas Artes de Orizaba, “Después del terremoto, la ciudad cambió por completo.”
Testimonios de la tragedia
Armando López Macip, director de Cultura del Ayuntamiento de Orizaba en 2009, recordó vívidamente aquel fatídico día: “Yo lo viví directamente. Vivía cerca de la Iglesia de San José y era acólito allí. Fui de los primeros en llegar en la mañana y ver todo destruido, ayudé a los padres a recoger imágenes caídas. Subimos a la bóveda y vimos el inmenso boquete que había. Apenas tenía 12 años, pero ayudé.”
López Macip también narra cómo recorrió la ciudad y vio los estragos del sismo: “La Packard, que era un edificio de tres pisos, quedó muy dañada y fue demolida. Otros edificios, aunque no tan afectados, también fueron derribados, como un antiguo y hermoso edificio cerca de la Iglesia de El Calvario. La Plaza de Toros en Sur 23 fue demolida por los daños.” Para el siguiente ciclo escolar, López Macip y sus compañeros asistieron a clases en aulas prefabricadas, ya que la Escuela Técnica 48 (hoy Técnica 4) sufrió daños severos.
Dante Octavio Hernández, director del Archivo Municipal, también rememora las pérdidas culturales que siguieron al terremoto: “Se perdió una gran cantidad de acervo cultural. La torre del Palacio Municipal, donde hoy está la Presidencia, se desplomó y con ella la biblioteca ‘Juan Díaz Covarrubias’. Después se recogieron libros y documentos con palas, sin remordimiento por la riqueza que representaban. Todo fue llevado al Colegio Preparatorio, pero la humedad y el saqueo causaron daños irreparables.” Hernández también recuerda la pérdida de personas conocidas, como la niña Abud, la prefecta del Tecnológico de Orizaba, Victoria Troya Cisneros, y el matrimonio Arroyo.
Documentación y memoria
A pesar de la magnitud del desastre, la documentación sobre las experiencias vividas es escasa. Los relatos y anécdotas de los sobrevivientes no han sido ampliamente registrados, dejando un vacío en la memoria histórica de la ciudad. Libros como “Síntesis Cronológica de los principales hechos históricos de Orizaba” de Benjamín Maciel Gómez y “Orizaba, algo de ayer” del doctor José Romero Guereña, ofrecen datos generales sobre el sismo, pero los testimonios directos son limitados.
El Gran Terremoto de Orizaba de 1973 no solo cambió la vida de sus habitantes, sino que también dejó un legado de resiliencia y transformación en la ciudad. Las cicatrices de aquel día todavía son visibles, tanto en las construcciones como en la memoria de quienes vivieron para contarlo.
