La manera como ha procesado Morena la renovación de sus cuadros dirigentes a
nivel nacional y en los estados delinea perfectamente cuál es su verdadero perfil a
la hora de hablar de democracia.
Mientras hacia el exterior sus corifeos vociferan acerca de su supuesta
“superioridad moral” por sobre las fuerzas políticas que le son antagónicas, hacia
dentro sus operadores muestran su verdadera cara, la de las más execrables y
rupestres prácticas para pasar por encima, en este caso, de la voluntad de sus
propios militantes.
Solamente el pasado fin de semana tuvieron que ser suspendidas 80 por ciento de
sus asambleas distritales en varios estados del país por “falta de condiciones”, lo
que se traduce en amagos de violencia, acarreo de votantes y una brutal
desorganización.
El objetivo es el de siempre que suceden estos hechos en procesos internos
partidistas: imponer a quien la cúpula ha determinado previamente que debe llegar
a ocupar los puestos en disputa y dejar fuera de combate a los demás.
Es tal la desarticulación en el partido que se publicita como “la esperanza de
México”, que mientras su todavía dirigente nacional Yeidckol Polevnsky –a quien
al parecer no le servirá de nada su abyección ante el “jefe máximo”- anunciaba
que el CEN de Morena acordó suspender el proceso interno porque da
“vergüenza”, la Comisión de Honor de su mismo partido la contradijo a través de
un comunicado, en el que señala que “el Comité Ejecutivo Nacional carece de
facultades estatutarias para ordenar la suspensión del proceso electivo en curso”.
Veracruz no estuvo apartado de las irregularidades. El diputado federal de Morena
Humberto Pérez Bernabé acusó al secretario de Gobierno, Eric Patrocinio
Cisneros Burgos, de organizar un operativo “al estilo del viejo PRI” movilizando a
empleados del gobierno estatal para votar, y usando incluso taxis propiedad de
“una conocida banda delincuencial” de la región del Totonacapan.
Incapaz de negar su ADN priista y perredista, con su dosis propia de pepena de lo
peor de la derecha y la ultraderecha acomodaticia a la que dio cabida con tal de
ganar las elecciones, el partido de Andrés Manuel López Obrador demuestra que
no es diferente de ningún otro.
Si acaso, más burdo para exhibir sus miserias democráticas.
Los pretextos y justificaciones de Solalinde
Muy lejos del talante crítico que mostró durante los gobiernos de Fidel Herrera
Beltrán, Javier Duarte de Ochoa y Miguel Ángel Yunes Linares, el sacerdote
católico metido a vocero de la autodenominada “cuarta transformación”, Alejandro
Solalinde, ya no ve la violencia que sigue azotando a Veracruz en el sexenio de
Cuitláhuac García Jiménez.
Incluso, se aventó la puntada de increpar a una reportera que cuestionaba el papel
y responsabilidad del actual gobierno de Veracruz ante el incremento de
feminicidios y secuestros, así como en la crisis sanitaria que sufre la entidad:
“ojalá tú fueras gobierno para ponerte en su lugar. No es lo mismo estar abajo que
ser gobierno”, espetó el clérigo que, sin pena alguna, se pasa el Estado laico por
debajo de la sotana.
Aunque en algo tiene razón Solalinde. No es lo mismo ser gobierno, que vivir por
años en la comodidad de la “leal” oposición. Varios en la actual administración
–que lo traen de paseo al estado con cargo al erario para que presente sus libros-
le podrían dar muchos más datos al respecto.
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