La evasión de responsabilidades del presidente Andrés Manuel López Obrador
 sobre lo que sucede en el país que gobierna está llegando a niveles delirantes y,
 por ello mismo, muy peligrosos.
 Ante la fuertes críticas que le arrojó el fracasado operativo en Culiacán para
 detener a los hijos del “Chapo” Guzmán, y fiel a su costumbre de que otros
 carguen con sus propias culpas, quien funge y cobra como titular del Poder
 Ejecutivo federal hizo una declaración inverosímil.
 Buscando a como dé lugar sacar del clima de opinión el tema del fiasco de
 Culiacán para que no dañe su imagen -que, valga decirlo, apenas si salió
 rasguñada según las primeras mediciones realizadas-, López Obrador aseguró
 que “yo no estaba informado. No me informan en estos casos, porque hay una
 recomendación general que se aplica. Le tengo mucha confianza al Secretario de
 la Defensa” (sic).
 La declaración del Presidente es rayana en el absurdo. Nadie con dos dedos de
 frente puede dar crédito a una situación en la que mandos medios decidan por su
 cuenta detener a dos peligrosos narcotraficantes, herederos de un grupo criminal
 armamentística y económicamente muy poderoso, y sobre quienes pesan
 solicitudes de extradición a los Estados Unidos, sin que el Comandante Supremo
 de las Fuerzas Armadas no solamente esté enterado, sino que dé su autorización
 expresa para ir adelante en un delicado y riesgoso operativo.
 Porque si le concedemos al Presidente que esto es así, entonces hablaríamos de
 algo todavía más grave: la ausencia total de guía, dirección y rumbo en un
 gobierno sin cabeza, en el que cada quién hace lo que quiere. Y definitivamente
 no es el caso.
 Si algo ha distinguido siempre a Andrés Manuel López Obrador es su obsesión por
 el control, por concentrar en su persona las decisiones más importantes y, por
 obviedad, el poder. No es un político que admita el disenso, la contradicción ni las
 opiniones diferentes a la suya. Sus decisiones no se cuestionan. Y quien se
 atreve, es expulsado de su círculo.
 El cuento de que “no estaba informado” sobre el operativo en Culiacán es el
 mismo que ya contó cuando Gustavo Ponce, su entonces secretario de Finanzas
 en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, fue exhibido apostando
 grandes sumas de dinero en Las Vegas y su operador político más cercano, René
 Bejarano, grabado recibiendo y metiéndose fajos y fajos de billetes en todas las
 bolsas posibles.
 Así como entonces, López Obrador quiere que otros carguen con sus
 responsabilidades y que el costo de las pifias y pésimas decisiones lo paguen
 otros y no él. Solo que esta vez ese costo lo está pagando el país, a un precio
 altísimo: el del derrumbe institucional, a través del empoderamiento de los
 criminales y la humillación de las fuerzas armadas.
El precio de la soberbia del Presidente puede llegar a ser incalculable. Y pagarlo,
imposible.
Con los alcaldes, muy cabrones…
Y mientras con los narcotraficantes son “humanistas”, a los “anarquistas” evitan
“reprimirlos” aunque destruyan a su antojo y a los vándalos disfrazados de
estudiantes les aceptan cualquier chantaje, el gobierno de la autodenominada
“cuarta transformación” lanzó gases lacrimógenos en contra de presidentes
municipales que exigían una audiencia con el Presidente de la República en
palacio nacional.
Con los alcaldes, muy cabrones. ¿Y con los narcos…?
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