Si apostar por la construcción de refinerías como la vía para apuntalar el
crecimiento económico de México ya era un despropósito, hacerlo como ahora
pretende el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es, básicamente, un
suicidio.
La mañana de este jueves, el Presidente de la República anunció que la licitación
para la construcción de la refinería Dos Bocas en Tabasco se declaraba desierta.
¿La razón? Una muy sencilla. Las empresas participantes en el proceso no se
ciñeron a los planes y las ideas del Ejecutivo federal.
López Obrador dio a conocer que las compañías que aún participaban en el
proceso de licitación restringida o por invitación –ya de por sí inadecuado para una
obra de esta envergadura- convocado por su gobierno, no se adecuaron al tiempo
exigido para concluir la refinería –tres años- ni al costo presupuestado por su
administración, de ocho mil millones de dólares.
Pero si las empresas participantes no se “adaptaron” a esos plazos y costos fue
por una poderosa razón: son imposibles de cumplir. Ante lo cual, la reacción del
Presidente fue que “la licitación se declara desierta porque en lo fundamental
estaban pidiendo mucho, se pasaron de los ocho mil millones de dólares y en el
tiempo de construcción”.
Y así como él tiene siempre otros datos, tuvo ahora una “gran idea”: encargarle
uno de los proyectos de infraestructura insignia de su administración a la
Secretaría de Energía, que encabeza la senadora con licencia por Veracruz, Rocío
Nahle García, y a Petróleos Mexicanos, que como director cuenta con el ingeniero
agrónomo Octavio Romero.
Se trata de dos de los peores funcionarios del actual gobierno, que han
demostrado su incapacidad en reiteradas ocasiones. Por ejemplo, durante la crisis
del abasto de combustible de inicios del sexenio –cuando además se sirvieron con
la cuchara grande con la compra de pipas sin licitación de por medio-; o bien
cuando representantes de Petróleos Mexicanos presentaron su plan de negocios a
inversionistas en la ciudad de Nueva York, ante quienes hicieron el más absoluto
de los ridículos por su ignorancia sobre el mercado energético mundial. Ya ni qué
decir que ni inglés sabían hablar ni escribir correctamente.
Lo más grave es que se le impondrá una nueva carga a Pemex en un momento en
el que está al borde de la bancarrota: hace una semana, los secretarios de
Hacienda y Crédito Público, Carlos Urzúa, y de la Función Pública, Irma Sandoval,
anunciaron un paquete de recortes presupuestales y medidas de austeridad en el
Gobierno Federal para, precisamente, “salvar” a Petróleos Mexicanos.
Nada de eso parece preocupar al presidente López Obrador. Según él, “para que
salga en tiempo y forma (la refinería) y con este presupuesto, tenemos que
hacerla nosotros de manera directa, con técnicos y trabajadores mexicanos”.
Algo diametralmente opuesto al argumento esgrimido por él mismo apenas el 22
de marzo pasado, cuando declaró que para construir la refinería “no hay la
experiencia suficiente en las empresas mexicanas”, mientras que las cuatro
compañías extranjeras que convocaron originalmente “han hecho cada una de
ellas más de cien refinerías. Hay una que ha construido más de 200 refinerías en
el mundo”. ¿Sabrán o no entonces dichas empresas lo que cuesta –en tiempo y
dinero- levantar una obra de estas características?
Pues López Obrador ahora ya piensa que no y, en cambio, está seguro que
Pemex terminará de construir la refinería de Dos Bocas en 2022 con un
presupuesto de 160 mil millones de pesos, que serán administrados por la
secretaria de Energía Rocío Nahle quien, por cierto, tiene aspiraciones por
convertirse en gobernadora de Veracruz en 2024.
¿Qué podría salir mal?
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